Genio y figura by Juan Valera

Genio y figura by Juan Valera

autor:Juan Valera [Valera, Juan]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama
publicado: 1896-12-31T23:00:00+00:00


XXV

Vivía la señora de Pinto en una de las mejores calles que cortan perpendicularmente la calle de la Universidad: en la parte menos bulliciosa de las dos en que la ciudad está dividida por el Sena. La casa de la dama brasileña era nueva y tenía hermoso aspecto. La señora de Pinto habitaba en un piso principal, cómodo y espacioso.

Ella tenía buen gusto y había amueblado su estancia, valiéndose de los mejores tapiceros, con muebles elegantes y hasta lujosos, pero sin relumbrón alguno. Nadie hubiera podido criticar sus salones por lo chillón y lo dorado de los adornos, pero hubiera habido en ellos algo de trivial y sin carácter propio, si la mencionada dama, o por reflexión o por instinto, no hubiera acudido a ponerles un sello de originalidad peregrina, un tinte marcado de distinción semi-aristocrática, semi-americana. Había en la antesala tapices y reposteros, donde se veían bordados los complicadísimos escudos de la gloriosa e histórica familia de los Pintos; y en el centro, frente a la puerta de entrada, resplandecía, en gran cuadro al óleo, al parecer antiguo, la reverenda imagen de Fernán-Méndez, tan célebre por sus estupendas peregrinaciones, y uno de los más brillantes antepasados de que aquella familia se jactaba. Y como si fueran reliquias de los mil curiosos objetos que Fernán-Méndez Pinto hubo sin duda de traer cuando volvió a Europa, se admiraban en aquella antesala broqueles, armaduras, lanzas y sables chinos, japoneses e indostaníes, combinado todo en las panoplias con flechas y cuchillos de pedernal de los tupinambas, de los tupíes y de otras tribus guerreras del imperio brasílico. En dos salas contiguas apenas había nada de exótico, pero sí muchos primorcitos y antiguallas de porcelana, bronce y plata, estatuetas, esmaltes y vasos colocados en rinconeras, anaqueles y repisas, o ya sobre los mismos muebles, ya custodiados en vitrinas de prolija talla y gracioso dibujo. El salón de baile era de la más sencilla elegancia, estilo Luis XVI; sin más adornos que grandes espejos. Los marcos y demás ornamentación, aljabas, palomitas, lazos y flores, todo de madera charolada o más bien esmaltada de blanco con filetes azules. En los ricos aparadores del comedor y en sus armarios de roble esculpido, había mucha plata labrada, y en las paredes se veía suspendida multitud de platos de diversas épocas y procedencias, muestras escogidas del arte cerámica.

La señora de Pinto, por último, había echado el resto en su boudoir y marcádole más hondamente con el sello de su originalidad brasileña. Allí, sobre un fondo de muebles cómodos y bonitos, de lo más perfecto y refinado que en París se construye, había en urnas de cristal lindos pajaritos disecados, mariposas e insectos de vivísimos colores; pájaros vivos en doradas jaulas, y lozanas plantas de entre trópicos criadas en invernáculo con atinado esmero.

Todas estas preciosidades y otras muchas que aquí no se ponen para que no parezca inventario este escrito, no evitaban que los maldicientes, los descontentadizos y los muy preciados de pertenecer a la flor y nata de la



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